Las ciudades, sedes de la interacción social y económica por excelencia del mundo actual, han resultado ser los lugares perfectos para la propagación del coronavirus SARS-CoV-2. Su alta densidad y sus conexiones internacionales han permitido su expansión global en unas pocas semanas. No obstante, los efectos de esta pandemia en cada ciudad han sido diferentes. Esto es debido no sólo a las políticas que han implementado, sino también a que cada ciudad es diferente y su contexto social y económico definen mucho de lo que sucede. Esto que puede resultar obvio para algunos, no lo es para todo el mundo. Por ejemplo, es común leer en la opinión pública, en redes sociales o incluso en las declaraciones de políticos, un deseo de que las medidas aplicadas en lugares tan disimiles se establezcan en las ciudades de México de forma inmediata y sin tomar en cuenta lo que, en primer lugar, permitió que fueran plausibles en otros sitios. Tomemos algunos ejemplos de esto para demostrar por qué no es posible.
En la ciudad brote de la enfermedad, Wuhan, China, una metrópoli de 11 millones de habitantes, la respuesta ante el nuevo virus del COVD19 fue el cierre de la ciudad, la limitación de movimientos, la construcción rápida de hospitales y un ejército de personas y maquinas limpiando la ciudad continuamente, entre otras medidas. A su vez, el Estado ha procurado el acceso a la salud y ha logrado, no sin muchos problemas de por medio, el abastecimiento a todos sus habitantes, lo que ha reducido sus impactos sociales. Hay que recordar que, como parte del alto crecimiento que la ha convertido en la segunda economía del mundo por su capacidad manufacturera, en las últimas dos décadas China se ha dedicado a construir ciudades y a establecer mecanismos de vigilancia poblacional a gran escala. Esto fue lo que le permitió construir hospitales rápidamente y detener el movimiento de la ciudad sin generar problemas sociales mayores, llegando a la reciente reapertura de Wuhan.
Otro caso es el de la ciudad de Daegu, Corea del Sur, en donde se presentaron brotes de COVID19. La respuesta consistió en el seguimiento detallado de los enfermos y de las posibles personas que se hubieran contagiado. Para ello empleó una estrategia de pruebas masivas y baratas de detección del nuevo virus y un seguimiento electrónico mediante aplicaciones de teléfonos inteligentes, entre otras medidas. Ésta fue la estrategia que permitió controlar la epidemia en un país con un régimen democrático procapitalista. Y lo ha logrado, también, gracias a la preparación que han tenido durante años posteriores a los brotes de enfermedades virales similares, SARS y MERS, así como a una gran industria farmacéutica y de telecomunicaciones y tecnologías de avanzada. Sin estas capacidades productivas instaladas, difícilmente podrían haber llevado a cabo tal estrategia para controlar la epidemia y con limitaciones menores sobre la actividad social y económica de Daegu.
En cambio, en otras ciudades con capacidades materiales mayores, pero con menor capacidad tecnológica y una distribución poblacional más vulnerable, el efecto negativo de las medias draconianas ha sido aún mayor. En la región de Lombardía, Italia, una zona bien conectada y con población de medios y altos ingresos, así como con un buen sistema de salud público, el virus ha generado una tragedia mayor. El contexto social es importante: más de 20% de la población en Italia es mayor de 60 años y muchos conviven cotidianamente con jóvenes o viven con ellos. A diferencia de lo sucedido en China que cuenta con altos controles de movimiento, la filtración del anuncio del cierre de la región y de la actividad en las ciudades más importantes, como Milán, provocó una ola de fugas de personas a otras partes de Italia. Buscaban “escapar” de estas restricciones, en algunos casos rumbo a casas de sus familias. Esto pudo haber resultado un mayor esparcimiento de la enfermedad y generar un incremento dramático de los fallecimientos. Entre otras causas, fue esta situación sociodemográfica la que explica el alto impacto de la enfermedad en dicha región.
El caso de las ciudades en India es aún más dramático. El cierre de fronteras en un país con alta desigualdad, con millones viviendo en la pobreza y con un ejército de trabajadores informales urbanos, ha generado una tragedia humanitaria. Ante la falta de seguridad social o de vivienda que les permita permanecer en las ciudades, la caída de la actividad económica ha obligado a miles, si no es que millones, a regresar a pie a sus pueblos de origen. Esto ha llevado a muertes, problemas serios de suministro de alimentos y que se podría repetir la tragedia de Italia al llevar el virus a los poblados más pobres, en donde no existe infraestructura suficiente para la atención.
Estos ejemplos solo pretenden señalar que los efectos de la pandemia variarán en cada ciudad y que no resulta tan fácil trasladar las políticas públicas de una latitud a otra, sin la posibilidad de causar, incluso, un mayor daño. Considerar que de la noche a la mañana y sin sus capacidades materiales y tecnológicas es posible aplicar en México una estrategia similar a la sudcoreana con exámenes masivos es, sin duda, iluso. No quiere decir que no sea deseable hacerlo, pero material e institucionalmente se requiere un mediano plazo solo para construir esas capacidades.
Del mismo modo, el sueño proto fascista de cerrar ciudades enteras y detener todas las actividades mediante la fuerza pública puede no cumplirse o acarrear consecuencias indeseadas sin un Estado que pueda mantener la alimentación, el techo y la salud de todos sus habitantes, para que no salgan de casa. Especialmente porque mucho del empleo informal y de bajos ingresos depende de la interacción social de cercanía y, sin ella, se perderían sus ingresos diarios necesarios para vivir. Si se decreta el cierre pero no se cumple, esto puede dificultar otras acciones para controlar la epidemia. Y si sí se cumple, pero en esa situación de precariedad, claramente esto puede llevar a que la gente sufra, exacerbándose problemas de violencia doméstica o por falta de bienes mínimos para vivir, como alimentos. Incluso, un cierre muy largo sin capacidades de dotar a la población de los mínimos vitales, podría generar desobediencia civil y posibles brotes de violencia social, lo que rompería todas las medidas para controlar la epidemia.
Lo anterior pareciera sugerir que se debe elegir entre el control total de la epidemia o permitir cierta actividad económica con el fin de mantener la paz social. Sin embargo, esto es un falso dilema, dado que existen herramientas de política pública, no dirigidas a enfrentar directamente la epidemia, pero que sí pueden aliviar sus efectos sociales y económicos. Entre las posibles medidas a considerar se encuentran el congelamiento o moratoria de rentas de vivienda y de comercios pequeños; la prohibición de desalojos; el establecimiento de un ingreso universal mínimo de emergencia; la provisión de refugio para las personas sin techo y alimentos para quién más lo necesite; atención médica y alimenticia gratuita a los enfermos, entre otras.
Estas medidas están claramente dirigidas a la población trabajadora formal e informal, a los pequeños negocios -muchos de ellos de auto empleo-, así como a la población más vulnerable. Esto puede requerir posponer proyectos, recortar programas o recurrir a financiamiento fuera del presupuesto en diversas ciudades por algunos meses, pero la emergencia demanda el regreso de las políticas de un estado de bienestar. Vale la pena finalizar que, además, estas medidas permitirán construir un futuro diferente para enfrentar la crisis económica que le sucederá a la pandemia. Un futuro en el cuál se pueda también reducir la desigualdad económica.