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Historias de dos ciudades. París, Londres y el nacimiento de la ciudad moderna

Cuando se lee El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha
o Drácula, uno no se
encuentra solamente frente a obras consideradas como maestras en su género y en
la historia, también ante libros que han marcado referencias populares, clichés
sobre la caballería o la literatura de terror. Muchas veces se piensa qué son
estas las primeras obras de su clase por el impacto que han tenido. Solo que ambas
recuperan leyendas, tradiciones literarias u obras anteriores y sintetizándolos
en cierta medida, para crear algo novedoso, algo trascendental. De ahí que
muchas veces se olvide lo que precedió o sea menospreciado.

Algo similar sucede con diversas
expresiones o características que asociamos a las ciudades de París y Londres, y
a las mismas ciudades modernas: el flâneur,
el cancán, los restaurantes, la fama de los chefs, los panteones, los
departamentos e incluso Sherlock Holmes. Todas estas tienen un origen anterior
al que por lo general se piensa, que por igual sintetizan cosas anteriores a
ellas.
Y justo es el libro de Jonathan
Conlin, Historias de dos ciudades. París,
Londres y el nacimiento de la ciudad moderna
, que explica en un brillante
recuento histórico el origen de todos estos clichés parisinos y londinenses. Lo
fascinante de estos clichés es que muchos no se originaron al lugar que hoy los
asociamos, por el contrario, surgieron en la ciudad rival del otro lado del
Canal de la Mancha. Gracias a una combinación entre el intercambio, la
competencia y la fascinación entre los pobladores de cada una de ellas.
Hoy se asocia a los Chefs, el flâneur, el Cancán o el diseño de las
calles a París, pero sus orígenes están en Londres. Mientras que Sherlock Holmes
(el detective privado), los callejones oscuros, los panteones y los
departamentos, tienen sus orígenes en París. Por increíble que parezca. 
Por resumir un ejemplo de estos
que brillantemente explica Conlin. La figura del caminante errante urbano, un
tanto burgués, que lo hace por placer de observar y descubrir situaciones
diarias en la ciudad, el flâneur, se
asocia a París. Incluso la conclusión de Walter Benjamín de que París inventó
al flâneur es ampliamente aceptada. Esa
figura que poéticamente definió Baudelaire en 1863 en “La pintura de la vida
moderna” [Le peintre de la vie moderne]
sería imposible de existir sin medidas que se implementaron en Londres más de
un siglo antes. Mientras en París comenzaba la construcción de sus
característicos bulevares por el Barón de Haussmann, para abrir paso sobre las
intrincadas calles del centro de París, en un intento de embellecer y tal vez
impedir el atrincheramiento en caso de revueltas populares, Londres ya contaba
con muchas calles con banquetas, equipadas con bolardos, para evitar que fueran
invadidas por los carruajes. Calles que contaban además con desagües, pavimento
y lámparas; infraestructura que se colocó después del gran incendio de 1666 que
casi destruyó a parte antigua de la ciudad. 
Este tipo de calles fue lo que permitió en realidad el surgimiento del flâneur, pues se podía caminar de forma
errante en las banquetas sin temor de ser arroyado. La difusión de este tipo de
calles a París, creo un cliché, pero también una de las características de las
ciudades modernas y el gustó de pasear por la ciudad sin objetivo fijo…sobre
las banquetas.
Un libro de historias, que demás
de entretenido, permite comprender los origines de lo que hoy damos por hecho
en muchas ciudades y que lo asociado a tantas otras, no es tan original como lo
pensamos. Los clichés tienen orígenes singulares fruto del intercambio, la
competencia y la fascinación del humano por otros humanos, de ciudades por
otras ciudades.   
Jonathan Conlin, Tales of Two Cities: Paris,
London, and the Birth of Modern City, Berkley, Counterpoint, 2013, 320 pgs.
Publicado originalmente en La Brújula de Nexos

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