«Lo que la gente parece olvidar acerca de Marx (absorta como está incriminándolo por tantas revoluciones fastidiosas) es que escribió con gran fuerza evocativa sobre los sentimientos. El sentimiento que genera la explotación, por ejemplo. El tema de los obreros sometidos, a quien les extrae hasta la última gota de sangre, aparece una y otra vez en su prosa ocurrente y mordaz, salpimentado con desproporcionadas metáforas góticas de torva muerte. La jornada laborar es un cementerio donde nos amenazan criaturas dantescas y espíritus necrófagos – saqueadores de tumbas provenientes del inframundo. El abuso crea monstruos enclenques; la maquinaria es una masa gigantesca y coagulada de actividad inánime. Los patrones son vampiros u hombres lobo, tan ávidos de arrancarles más y más trabajo a sus empleados a fin de saciar su infinita hambruna de ganancias que, si nadie hubiera batallado por el ciclo de ocho horas, la rutina se prolongaría indefinidamente convirtiéndonos en engendros tullidos, depositando tal sobrecarga de obligaciones sobre nuestros cuerpos abatidos que caeríamos muertos de consunción.
Es curioso que en la actualidad el frente doméstico esté signado por metáforas luctuosas: sexo mecánico, matrimonios muertos, maridos fríos y esposas frígidas. Entretanto, todos cumplen con las formalidades y guardan las apariencias Probablemente tu deseo se haya apagado hace tiempo y tengas un anhelo primario y titubeante de «algo diferente»: sea como fuere estás atado a un contrato. Nada debe cambiar. ¿Por qué? Has vertido tanto de ti mismo en este artefacto – tu alma, tu historia- que le conferiste, paradójicamente, poderes mágicos. Así, las institucionales sociales (las fabricas que refiere El capital, pero también el amor) subsumen y dominan a sus artífices, quienes no pudieron preverlo, calcular pérdidas e impedir que su propia creación -una fuerza ajena y hostil- los avasallara. O al menos ése fue el diagnóstico que hizo Marx ante el advenimiento de la era industrial.»
Laura Kipnis, Contra el amor, 2003