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Reseña: La comuna mexicana

“… no tienen nada de utópico, sino efectivamente ha existido, existe y sin duda seguirá existiendo la comuna mexicana como sombra permanente del porvenir que el pasado proyecta sobre el presente”

Bruno Bosteels, La comuna mexicana

La comuna de París de 1871 se evoca como uno de los grandes hitos de la lucha comunista (y lo es). Incluso la Revolución rusa de 1917 la sitúa como uno de sus antecedentes más importantes del cual recupera su espíritu. Esta experiencia revolucionaria se utiliza como estandarte por muy buenas razones: el primer caso del control popular-obrero de la economía y gobierno de una ciudad de Occidente. No obstante, conforme pasan los años, parece una referencia lejana para América Latina, sobre todo cuando se consideran las distancias geográficas o las particularidades del momento de Francia y Europa.

Por ello cabe preguntarse si fue un ejemplo único o han existido más casos en otras latitudes, en especial en países no industrializados. Porque, de hecho, sí existen experiencias más cercanas y más locales que permitan construir una alternativa.

Sobre dicha cuestión, la rusa Vera Zasúlich le preguntó a Marx en 1881 si las comunas agrarias rusas podrían evitar el paso por el capitalismo y avanzar directamente al comunismo. Marx respondió afirmativamente con el apoyo de sus estudios de sociedades antiguas: es posible que la comuna rusa evite el paso por el capitalismo para ser una fuente de regeneración en Rusia. Una tesis que quita del centro la revolución comunista de los trabajadores industriales, de las ciudades, de los procesos históricos lineales y que en la revolución rusa se mostraría como correcta.

La pregunta planteada remite a la reciente obra de Bruno Bosteels: La comuna mexicana, que establece la idea de que la formación de la comuna o lo comunal lleva mucho tiempo existiendo en México, desde tiempos de los Aztecas, en los calpullis, hasta la actualidad. Se trata de una tradición de luchas subterráneas de comunas y comuneras que no se suele tomar en cuenta por el pensamiento canónico europeo (y occidental) y que no se relacionan directamente con la comuna de París.

Si bien el texto no pretende retomar los cuestionamientos de Zasúlich para el momento político actual, sí busca establecer una historia de que la comuna o lo comunal persisten como formas sociales organizativas en México, a pesar de la represión y masacres de las que han sido objeto dichos movimientos a lo largo del tiempo. Esto transforma nuestra visión histórica-geopolítica y el concepto de comuna y da paso a una comuna mexicana renacida. El objeto del libro es, como señala, recuperar los días de felicidad colectiva y escribir la historia de la comuna, una de las rebeliones y resistencias comuneras, tomando distancia del Estado, en contra y más allá de él, para imaginar un mundo alternativo.

Para ello, Bosteels plantea en su obra dos grandes partes: la primera está dedicada al estudio de la comuna en México, mientras que la segunda recupera lo que Marx estudió de este país a lo largo de su vida. Esto viene acompañado de una introducción que parte del caso de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Esta tragedia la conecta históricamente dentro del rememoramiento de otro hecho trágico: la represión estatal del 2 de octubre de 1968, pues los 43 se encontraban realizando una colecta para viajar a la marcha anual que se realiza en la Ciudad de México. En ambos casos el Estado (guiado por el Partido Revolucionario Institucional) actuó en contra de los estudiantes para asesinarlos. Así es como se conecta con el comunismo, ya que esta escuela normal fue forjada dentro del ideario del maestro revolucionario. Esto sirve para plantear el tópico general del libro: lo comunal en contraposición al Estado.

Ya entrado en la primera parte, Bosteels estudia la idea y formación de la comuna en México y recorre diez casos. En el primero habla de la influencia de la Comuna de París en México, la cual fue seguida inmediatamente por grupos de corte socialista como La Social, e incluso generó la aparición del periódico La Comuna, que se caracterizó por apoyar la causa indígena. Posteriormente, menciona una serie de casos particulares. Topolobampo (1872-1893), en donde se trató de crear una ciudad al más puro estilo del socialismo utópico de Robert Owen. La llamada “la comuna de Morelos”, en los años de 1914 y 1915, donde Emiliano Zapata llevó a sus últimas consecuencias el plan de Ayala y estableció un modelo de autogestión, con una reforma agraria radical a favor de la propiedad comunal de la tierra, con organización democrática e ideas socialistas. El experimento de los magonistas de Edendale (1914-1916), donde se estableció una comuna agrícola en un rancho de California, EE. UU. Así como el caso de Juan Ranulfo Escudero, fundador del Partido Obrero de Acapulco, que ganó las elecciones del municipio y aplicó políticas de izquierda entre 1919 y 1923.

Dos de los casos más relevantes sucedieron en el Estado de Morelos. El primero fue el movimiento de Rubén Jaramillo, entre los años 1934-1962, que instaló una cooperativa alrededor del ingenio azucarero Emiliano Zapata, así como una colonia autogestiva con apoyo del gobierno de Cárdenas, la cual fracasó debido a sus contradicciones internas y a la presión de los gobiernos federales que llevaron al movimiento a oscilar entre la clandestinidad, la vía armada y la legalidad para participar en procesos electorales. El segundo caso es el de la colonia proletaria Rubén Jaramillo (1973), guiada por El Güero Medrano, que combinaba ideas maoístas, jaramillistas y zapatistas. Este caso comenzó con la toma de 60 hectáreas del exgobernador Felipe Rivera para establecer una colonia popular, que tuvo un amplio éxito y en tres meses atrajo 10 mil habitantes. El Güero Medrano lo veía como el inicio de una estrategia, de una primera base, un territorio libre, para luego ir fundando otras bases a lo largo de Morelos.

Posteriormente, el autor entabla un diálogo sobre las interpretaciones de Adolfo Gilly (Chiapas: la razón ardiente) en torno al alzamiento zapatista de 1994 en Chiapas, si es posible o no considerarla una comuna, y menciona que los antecedentes de este movimiento, aunque retomaron la idea de la comuna de Morelos, se enfocan en las raíces tradicionales, campesinas e indígenas. Esta es una diferencia importante con las perspectivas de comuna provenientes de Europa o relacionadas con el Estado Nación. De igual manera, habla de la comuna de Oaxaca, que tiene sus orígenes en el movimiento magisterial de Oaxaca en 2006 y que derivó en la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), una estructura democrática de autogobierno compuesta por más de 350 organizaciones que tomarían el control de parte de la ciudad de Oaxaca por varios meses en 2006, hasta la intervención de la Policía Federal Preventiva (bajo órdenes de Vicente Fox).

Finalmente, aborda el caso de San Francisco Cherán, Michoacán (2011), que nace del levantamiento de la comunidad purépecha, contra los talamontes y el crimen organizado, donde expulsaron a las autoridades estatales y partidistas y establecieron un autogobierno por usos y costumbres, apoyados por un fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Como corolario a estos casos, el escritor narra la creación de una comuna forzada por el Estado en Lecumberri, donde varios líderes y pensadores de izquierda fueron encarcelados, lo que permitió a esta cárcel convertirse en un laboratorio de ideas para la izquierda. Un caso conocido es el de Adolfo Gilly, que desde allí escribió La revolución interrumpida.  También podemos recordar diversos textos de José Revueltas, como México 68: juventud y revolución o Dialéctica de la conciencia.

La segunda parte del libro recupera la discusión de Marx sobre México, desde su juventud hasta sus últimos estudios y muestra cómo el filósofo alemán fue modificando su opinión y posiciones políticas sobre este país, a medida que tenía acceso a más materiales históricos y conocía los hechos del país. Así, el texto muestra cómo el autor de El Capital pasó de tener una opinión a favor de la expansión norteamericana, a una crítica de la misma política expansionista y a apoyar la lucha contra la intervención francesa de México. De igual manera, el libro da cuenta de cómo Marx recurrió a la antropología para su estudio de las comunas antiguas y dedicó espacio al estudio de los calpulli en tiempo de los aztecas. Por ello Bosteels refiere a estos últimos como una tradición en México de lo comunal, una traición de largo alcance histórico.

La crítica a este gran esfuerzo de Bosteels de hablar sobre la comuna mexicana puede situarse justo en este intento y su enfoque –de lo que el autor es consciente y problematiza en el epílogo–.

Este libro parece buscar la creación de un nuevo significante maestro sobre lo que significa políticamente la comuna. Es decir, el texto busca una nueva manera de considerar a la comuna para modificar todas nuestras interpretaciones sobre estas luchas, lejos de las visiones eurocéntricas o colonizantes. Como menciona el autor, el trabajo busca “subordinar todos estos fenómenos abigarrados a un sólo denominador común que sería la comuna” (p. 315). De ahí que sume distintas visiones y estrategias sobre democracia y poder desde visiones autonomistas-indigenistas, como Chéran y Chiapas; de inspiración maosita con el movimiento jaramillista; o de la construcción de un Estado socialista como la administración de Escudero en Acapulco; así como la visión zapatista en torno al papel de los campesinos y la democracia.

Dadas las diferencias cabe preguntarse si todas ellas pueden ser parte de este nuevo “denominador común”. Y justo esto conecta con la segunda crítica: su enfoque. Como ya se mencionó, el autor sitúa a las luchas comuneras en contraposición al Estado moderno mexicano. Sin embargo, algunas de las experiencias que trata nacieron desde el Estado, como el caso de Acapulco o Morelos, o tienen un enfoque de toma del Estado, como el caso de El Güero Medrano.

Para ser más exacto, varias de estas experiencias tienen una visión marxista, en donde se debe de transformar al Estado como lo conocemos para implantar el comunismo a gran escala (nacional e internacional).  A diferencia de una visión de autonomía o en contraposición frente al Estado, visiones que además no necesariamente son anticapitalistas, y que muchas veces se enfocan en la escala local. Algunas de las tensiones clásicas entre marxismo, anarquismo e indigenismo, entre campo y ciudad, local y nacional, parecen reaparecer al reflexionar las causas y enfoques políticos de cada ejemplo, sin que el autor resalte dichas diferencias, las cuales no son menores, en búsqueda de establecer un “denominador común”. En este sentido, pareciera haber un trabajo inacabado sobre la comuna y sus diferentes casos reales, lo cual también puede ser tomado como una provocación para seguir teorizando sobre la praxis.

Considero, sin embargo, que la conclusión más importante que debe rescatarse de Bosteels es que han existido (y existirán) luchas locales por la emancipación desde lo comunal, que el espíritu de la comuna sigue viviendo y en práctica en México.

Publicado originalmente en Revista Común.

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