En la reinterpretación de una obra radica su vigencia para no volverse una pieza de museo o un documento histórico muerto; es decir, una reinterpretación tiene el poder de actualizar la discusión de algún tema. Éste es el caso de Godzilla, el monstruo japonés inventado en 1954, que regresó en 2023 con una nueva película llamada Godzilla Minus One. Sucede lo mismo con Oppenheimer (2023), que lleva a la pantalla la biografía del científico plasmada en el libro American Prometheus (Vintage International) publicado en 2005. Ambas obras son reinterpretaciones que permiten actualizar la discusión pública sobre las bombas atómicas, en un momento en que el fantasma de una guerra nuclear ha resurgido debido a la invasión de Rusia a Ucrania, el apoyo de la OTAN a esta última nación y el abandono de Rusia del Tratado de reducción de armas estratégicas (armas nucleares), así como la continua amenaza que tiene Japón (y Corea del Sur) por la mejora sostenida del armamento nuclear de Corea del Norte. Estos conflictos, además, tienen su origen en la Segunda Guerra Mundial, marco de referencia para ambos filmes.
En Godzilla Minus One se describe nuevamente el surgimiento de la criatura, retomando partes de la película original. Se trata de una especie de animal desconocido que habita la isla de Odo y que, a partir de la radiación recibida por los experimentos con bombas nucleares de EUA, en el Atolón Bikini, se convierte en un gigantesco monstruo mutante que ataca Japón.
A diferencia de sus predecesoras, situadas en épocas de crecimiento industrial o contemporáneas (como Shin Godzilla de 2016), esta nueva película sucede inmediatamente al terminar la Segunda Guerra Mundial. Cuando parece que no podría ser peor —la situación para la población después de perder la guerra, con la consiguiente crisis económica y la ruina del país—, hace su aparición el monstruo, asesinando a miles, sin razón alguna. De ahí el título de la película: no es sólo que empiecen de cero posteriormente a la guerra. La catástrofe de Godzilla los lleva a territorios negativos: a menos uno.
La situación es desalentadora, pues, aunque EUA conoce la amenaza de Godzilla, se niega a intervenir ante las tensiones de la Guerra Fría con la URSS, dejando el problema en manos del gobierno japonés que carece de capacidad para enfrentarlo (por el desmantelamiento del Ejército imperial). Los remanentes de la armada japonesa son destruidos rápidamente en el primer enfrentamiento y Godzilla llega a Tokio, causando destrucción con su aliento atómico. Para enfrentar la crisis, un grupo de exmilitares y de empresarios crea un plan para acabar al monstruo utilizando la presión del mar y la descompresión (hundirlo a una gran profundidad y después reflotarlo rápidamente). El plan funciona parcialmente y la derrota final de Godzilla sucede a manos del expiloto kamikaze Kōichi Shikishima, quien estrella su avión repleto de explosivos al interior de la boca del gigantesco reptil, redimiendo así su honor, vulnerado luego de haber desertado como kamikaze al final de la guerra y haber dejado morir a sus compañeros.
Es muy clara la alegoría de esta película: Godzilla representa a EUA, el monstruo dormido que una vez atacado se defiende, que obtiene poder nuclear, que causa destrucción y muerte sin precedentes y sin razón aparente. Cabe recordar que Japón inició la guerra en el océano Pacífico contra EUA y que en el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki murieron entre 150 mil y 246 mil personas (alrededor de la mitad en el bombardeo, el resto posteriormente por la radiación). La atrocidad no estaba justificada militarmente, pues Japón estaba en camino a perder la guerra: el propósito fue forzar una rendición rápida e incondicional, antes de que la URSS pudiera invadir Japón tras el fin de las hostilidades en el frente europeo. E incluso es posible que Japón se haya rendido ante EUA para evitar la invasión de la URSS.
De igual modo, a diferencia de otras películas de Godzilla, donde la respuesta es primariamente realizada por el gobierno para salvaguardar la vida de la población, la “sociedad civil” resulta la salvadora, ante la falta de fiabilidad del gobierno (pues fue éste el que impulso y perdió la guerra, mientras pedía sacrificios enormes a la población). La sociedad civil, aquí compuesta de exmilitares y empresarios, se une para detener al monstruo, ganar la guerra, proteger a la población e incluso evitar los sacrificios de los kamikazes. El oficial técnico naval Kenji Noda, quien está a cargo del plan, lo menciona:
Ahora que lo pienso, este país ha tratado la vida de forma demasiado barata. Tanques mal blindados. Cadenas de suministro deficientes que provocan la mitad de las muertes por hambre y enfermedades. Aviones de combate construidos sin asientos eyectables y, finalmente, ataques kamikaze y suicidas. Por eso esta vez me enorgullecería de un esfuerzo liderado por los ciudadanos que no sacrifica ninguna vida. Esta próxima batalla no es una batalla a muerte, sino una batalla para vivir por el futuro.
De esta manera, se construye una fantasía de cómo Japón hubiera podido ganar la Segunda Guerra Mundial sin sacrificios, sin sufrimiento y si el gobierno ya no hubiera intervenido. Esto, al mismo tiempo que se revela un discurso político altamente alineado con ideas de corte libertario: la sociedad y el mercado resuelven la amenaza sin intervención del gobierno. Y ¿es esto realmente posible? ¿Queremos dejar las armas nucleares en manos de privados? No habría situación más peligrosa para el mundo que ésta.
Así, Godzilla Minus One recuerda los horrores de la bomba nuclear, así como el trauma de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, que resurgen como un monstruo que acecha a los japoneses. Sin embargo, no sólo fueron víctimas del horror, también lo crearon con la guerra en el Pacífico, y es algo que eluden continuamente tanto en esta historia como en su vida política actual. El verdadero monstruo bajo las aguas es la represión de la verdad sobre las atrocidades que generó el imperialismo japonés en Asia y Oceanía, como la esclavitud sexual a la que fueron sometidas las mujeres coreanas o las millones de personas asesinadas, y que sigue siendo una fuente de conflicto con varios países por su falta de reconocimiento. Entre ellos, con las potencias nucleares de China y de Corea del Norte.
Si bien la carga ideológica nacionalista de Godzilla es enorme, es un recordatorio continuo del horror que se encuentra detrás de las armas nucleares; algo que en Oppenheimer (2023) está reprimido, siendo claro su resultado histórico. En esta película, se alaba al encargado de desarrollar la bomba nuclear, Robert Oppenheimer, por su visión y construcción de un equipo que lo llevó al éxito antes que la Alemania nazi pudiera supuestamente desarrollarla (no hay claridad de que tuviera la capacidad de hacerlo), al mismo tiempo que se narra el drama palaciego bajo el cual se le señala de ser un comunista al servicio de la URSS y de cómo se redime ante las acusaciones. Al final se vuelve un héroe para los círculos de poder de EUA, sin que en la película se haga una mención explícita a los miles de muertos que dejaron las armas atómicas en Japón, de lo innecesario de su uso y de la enorme tragedia que causaron. Sólo el científico deja ver cierto arrepentimiento por la carrera armamentista que generó y por la posibilidad de un holocausto nuclear. En el filme, Oppenheimer le pregunta a Albert Einstein: “Cuando acudí a usted con esos cálculos, pensamos que podríamos iniciar una reacción en cadena que destruiría el mundo entero”. Einstein responde: “Lo recuerdo bien. ¿Qué hay de eso?”. A lo que Oppenheimer sentencia: “Creo que lo hicimos…”. Lo que importa en el filme es destacar su papel de héroe ante la amenaza nazi, el uso de su trabajo para derrotar a Japón y su fidelidad a EUA. La sumisión del genio individual a la maquinaria militar estadounidense.
Aquí vale la pena recordar la película original de Godzilla (1954), en la cual los protagonistas convencen de intervenir en el conflicto a un científico, el Dr. Serizawa, quien ha desarrollado un arma de destrucción masiva capaz de eliminar toda vida (el Destructor de Oxígeno). Sin embargo, teme fabricarla y usarla porque, una vez mostrado al mundo su funcionamiento, generaría una guerra armamentista peor que la nuclear. La postura del Dr. Serizawa es la siguiente:
Si el Destructor de Oxígeno se usa aunque sea una vez, los políticos del mundo no se quedarán de brazos cruzados. Inevitablemente lo convertirán en un arma. Bombas contra bombas, misiles contra misiles. Como científico, no, como ser humano, no puedo permitir que se añada otra arma terrorífica al arsenal de la humanidad.
Por ello, después de que el Dr. Serizawa construye y usa el Destructor de Oxígeno con el fin de derrotar a Godzilla, se suicida, para que su conocimiento del arma muera con él y sea imposible volver a fabricarla. Su acto recuerda a los kamikazes, pero con el objetivo de destruir al monstruo y salvar a la humanidad de una guerra apocalíptica. Algo que parece impensable para Oppenheimer y los científicos que abrieron al futuro la posibilidad del holocausto nuclear.
Al final de Godzilla Minus One el monstruo es derrotado, aunque no está muerto definitivamente. Un pequeño resto se mantiene con vida, que puede regenerarse y reaparecer. Un simbolismo muy actual: la amenaza de una guerra nuclear derivada de los enfrentamientos no resueltos de la Segunda Guerra Mundial. El horror atómico no ha acabado y resurge ante cada nuevo conflicto en el que está envuelta una potencia nuclear, como hoy en día la guerra de Rusia contra Ucrania. Aquí vale la pena retomar la posición del Dr. Serizawa, una apuesta por los valores universales sobre el particularismo nacionalista. Una apuesta contra la creación de nuevos monstruos.
Publicado originalmente en Revista Común el 21 de Febrero de 2024.