“Es más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo”, esta frase del marxista Fredric Jameson y popularizada por Slavoj Žižek es una crítica a la ideología capitalista dominante y al fracaso de la izquierda en construir una visión que anime el cambio social. Para la ideología del “realismo capitalista”, como la definió Mark Fisher, el capitalismo no sólo es el sistema dominante, es el único viable, no hay alternativas a él y es imposible imaginar siquiera algo diferente (Realismo capitalista, 2016).
La producción cultural está llena de ejemplos de futuros apocalípticos, desde la destrucción del planeta hasta la caída de la civilización por todo tipo de desastres. Un buen ejemplo actual es The Last of Us, la exitosa serie televisiva basada en el videojuego homónimo. En la serie podemos ver cómo la civilización cae en pocos días debido a una pandemia que convierte a la mayoría de los humanos en zombis. La infección es producida por el hongo cordyceps que puede controlar el comportamiento de insectos para reproducirse, pero se trata de una mutación, una adaptación generada por mayores temperaturas en el mundo —lo que sugiere que se debe al cambio climático—. Con esta mutación, el cordyceps ahora puede tomar el control de los seres humanos. La propagación del hongo es facilitada porque éste brota en una fábrica de harina en Indonesia, producto que es vendido alrededor del mundo como insumo para muchos tipos de alimentos procesados. Así, el hongo utiliza la deslocalización de la producción y las avenidas del comercio internacional de la actual civilización capitalista para destruirla.
Sin embargo, no es el fin del mundo ni de la humanidad. The Last of Us muestra diversas posibilidades posteriores al colapso de la civilización. La primera respuesta ante el desastre es el surgimiento de una dictadura militar (comandada por la Administración Federal de Respuesta a Desastres, FEDRA por sus siglas en inglés) que, bajo el pretexto de un exterior dominado por los zombis, mantiene ciudades amuralladas, en donde en realidad sus habitantes son prisioneros. La comida es racionada, los empleos son establecidos por los militares y el pago es con vales, pues el sistema monetario ha colapsado. Se entrena a los huérfanos para ser militares, existen mafias y toques de queda continuos, y la democracia liberal ha sido erradicada.
Esta dictadura es combatida por ciertos grupos —Las Luciérnagas, por ejemplo, que utiliza tácticas de guerrilla—, que no constituyen en sí un movimiento de masas revolucionario. Fuera de las ciudades, el peligro no sólo son los innumerables zombis. También la barbarie: saqueadores, grupos religiosos fundamentalistas y caníbales. Un desierto civilizatorio.
Hasta aquí The Last of Us muestra una visión de lo que puede suceder en un mundo poscapitalista ante un desastre natural, es decir, en un mundo donde el capitalismo genera su propia destrucción. Una muestra real de ello ya la hemos tenido con el COVID-19, propagado rápidamente a través de viajeros internacionales, cuyo origen se asocia a un mercado de alimentos.
No obstante, en toda esta visión posapocalíptica, en medio de la barbarie y de la dictadura militar, The Last of Us nos ofrece la opción de la civilización. Durante su travesía, los protagonistas, Joel (interpretado por Pedro Pascal) y Elli (Bella Ramsey), arriban al poblado de Jackson, Wyoming. Después de todos los horrores que han vivido, los habitantes les proporcionan alimento, vestido y un sitio para dormir. Hay escuelas, servicios médicos, calefacción, agua y drenaje. Además, tienen energía eléctrica, producida de manera sostenible por una hidroeléctrica. Cuentan con ganado e invernaderos, así como población de todo tipo, incluyendo personas de diferentes tipos de fe. En Jackson no hay un gobernante; el poblado es gobernado por un consejo elegido democráticamente. Todos colaboran en la vigilancia, alimentación y tareas de mantenimiento del lugar.
En el poblado, le explican a Joel y a Elli, todos los medios de producción y servicios son compartidos, todo es propiedad colectiva. Joel, un exmilitar estadounidense, miembro de una institución altamente anticomunista, al oír la descripción dice: “O sea, comunismo”. A lo que le responde su hermano Tommy, que ahora vive en el sito: “No es así”. María, la pareja de Tommy, le responde: “Es así, literalmente”. “Esto es una comuna. Somos comunistas”. Lo que genera una reacción de perplejidad de Tommy: nunca se imaginó que el comunismo fuera eso y lo salvara.
Cabe resaltar que el tipo de comunismo que se presenta no es del tipo desplegado por China o la URSS en su momento. Se muestra un modelo de comuna a mediana escala, tecnologizada y aislada del resto del mundo —por la necesidad impuesta por la barbarie de afuera—, más parecido a las ideas utópicas de ciudades o civilizaciones ocultas o cerradas al exterior. Esta reivindicación en una popular serie de EE. UU., como una salvación civilizatoria, sin duda es una ruptura a la narrativa del “realismo capitalista”, como de los discursos anticomunistas típicos de la ciencia ficción. Una muestra de la sed por pensar en futuros alternativos en estos momentos de la historia humana.
Aunque, en The Last of Us, es sólo en el fin del mundo, cuando todo ha colapsado, incluyendo el capitalismo, que se vuelve posible imaginar un mundo diferente. Pero no hace falta que mueran millones para construir uno, ni imaginar el fin del capitalismo. Esto es lo que deberíamos de recordar: ante la crisis climática creada por el capitalismo, la cual amenaza la vida tal y como la conocemos y a la civilización humana en su totalidad, la solución es colectiva —la creación de comunas aisladas es insuficiente ante un problema que requiere de coordinación global—. Por ello es necesario eliminar los mecanismos del capitalismo que generan estos escenarios apocalípticos y bloquean la imaginación de un futuro no capitalista, es decir, que bloquean la idea de comunismo. De mantenernos en la ideología del realismo capitalista, seguirá siendo más fácil considerar el fin del mundo como lo más viable. Aquí bien vale recuperar y actualizar la posición política que Rosa Luxemburgo impulsaba para evitar los horrores de la Primera Guerra Mundial: “socialismo o barbarie”.
Addendum:
The Last of Us imagina un tipo de apocalipsis que destruye el capitalismo de manera veloz y con ello logra imaginar otro tipo de civilización. En el episodio 1 de The Last of Us, donde las noticias ya mostraban el apocalipsis en marcha, Joel y su hija actuaban como si fueran eventos lejanos que no les afectaran, pero en pocas horas todo cambiaría. Sien embargo, qué pasa si en realidad, como señala Alenka Zupančič en su texto The Apocalypse is (Still) Disapointing, es posible establecer que el apocalipsis ya comenzó, de manera lenta y normalizándose cada vez más: el cambio climático, las guerras, crisis económicas e incluso el resurgimiento de la aniquilación nuclear. Las noticias muestran esto a diario. De ser así, ya no es necesario imaginar el fin del mundo, porque ya lo estamos viviendo. Entonces, lo mejor es actuar en consecuencia a una tragedia ya en marcha, redoblando la apuesta, y luchar activamente contra el estatus quo y construir un mundo diferente en el proceso.
Referencias
Fisher, Mark (2016). Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? Caja Negra.
Zupančič, Alenka. 2017–2018. The Apocalypse is (Still) Disappointing. S: Journal for the Circle of Lacanian Ideology Critique 10/11: 22.