La historia de la Ciudad de México y su metrópolis esta intrínsecamente relacionada con los cinco (ex) lagos del valle (Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco), así como con las ideas y políticas de dominación y aprovechamiento de su espacio y líquido. Estas últimas determinaron quién tiene acceso a estos recursos, quién los puede aprovechar y cómo se reparten los beneficios de su explotación y consumo en la sociedad.
Ilustración: Víctor Solís
Los problemas medioambientales de agua, deforestación, calidad de aire y sanidad de la Ciudad de México no son del todo nuevos y gran parte de ellos tienen su origen en el porfiriato y en la época posrevolucionaria, en donde las luchas sociales jugaron un papel definitorio, así como las ideas científicas y políticas de su momento. Ésta es una historia poco contada y muchas veces mitificada y escondida bajo la idea de que los conquistadores desecaron el lago y bajo las promesas de la modernidad industrial posrevolucionaria.
Matthew Vitz, historiador de la Universidad de California San Diego, escribe un gran recuento histórico del rápido desarrollo de la Ciudad de México en la primera mitad del siglo XX tomando esta perspectiva en su libro A City on a Lake: Urban Political Ecology and the Growth of Mexico City (Una ciudad en un lago: ecología política urbana y el crecimiento de la Ciudad de México).1 Ahí, Vitz va más allá de la explicación anecdótica de cómo algún personaje histórico desarrolló algún proyecto urbanístico, sino más bien cómo éstos respondían al entorno político-económico de su momento. Se trata de una investigación histórica que realiza grandes contribuciones para entender el desarrollo de la Ciudad de México.
La mayor desecación del lago de Texcoco y Xochimilco se inició, como apuntaba, en el porfiriato y terminó siendo ejecutada en los regímenes posrevolucionarios. En este tiempo hubo una fuerte tensión entre, por un lado, desecar el lago para evitar inundaciones y ganar tierras para la producción agrícola y, por el otro, tratar de rescatar las aguas del lago y mantener un equilibrio con la naturaleza. Sí: el rescate no es una idea contemporánea, como el proyecto desde la visión arquitectónica-paisajista de Alberto Kalach o Teodoro González de León podrían aparentar. Miguel Ángel de Quevedo pretendió hacerlo no solo bajo una idea medioambiental, sino también para controlar el problema de las tolvaneras que llegaban a ser tan intensas que una sucedida en 1923, al bloquear el sol, hizo imposible ver más allá de algunos metros y paralizó el tráfico de distintos vehículos. Los registros históricos contabilizaron un promedio de 74 tolvaneras por año (1923-1939), siendo el gran problema del aire de su tiempo (p.154).
Proyecto de forestación del Lago de Texcoco de 1935
Fuente: Fototeca Nacional del Instituto nacional de Antropología e Historia.
De esta tensión, la política de reclamación de tierras al lago fue la que ganó. En un principio lo hizo bajo las ideas de expansión de la frontera agrícola, la política de repartición de tierras y la modernización industrial. Sin embargo, la alta salinidad del suelo en el ex lago de Texcoco la detuvo en buena parte, por lo que posteriormente continuó más bien como una perfecta válvula de escape para proveer de tierra barata a los trabajadores y desposeídos. Se convirtió así en una fuente de riqueza de especuladores y ejidatarios, así como una herramienta de control político.
Basta recordar que en 1922 aproximadamente el 85% de la población de la ciudad rentaba vivienda a altos precios o en condiciones deplorables. Hasta un cuarto de la población vivía en vecindades que carecían de los servicios básicos. Por ello, en ese mismo año, se formó un fuerte movimiento de arrendatarios liderados por comunistas que demandaban 75% de reducción en las rentas, eliminación de los depósitos y la creación de una comisión de higiene que garantizará la “reparación y sanitización de las viviendas, baños, conexión de agua, etc.” (p.86). Sobre esto último los rentistas se negaban a otorgarlo bajo el argumento de que “los baños serían un lugar de infección” (p. 168). Así, la desecación del lago permitió generar suelo que fue vendido a las clases populares bajo la ilusión de tener una vivienda propia y huir de la tiranía de la renta. Esto marcaría la expansión urbana en todo el siglo por venir, en una lucha de las clases populares por el derecho a la ciudad y por el mismo lago de Texcoco (como la reciente cancelación del nuevo aeropuerto lo ha demostrado).
Personas con propaganda del sindicato de inquilinos del D.F., 1926
Fuente: Fototeca Nacional del Instituto nacional de Antropología e Historia.
El libro justo relata ésta y otras situaciones en donde el aprovechamiento de la naturaleza del valle pudo haber sido distinta y a favor de los trabajadores y las clases populares. Dentro de los proyectos e ideas canceladas o abandonadas al responder a coyunturas o tornarse más de derecha los gobiernos posrevolucionarios, estaban la conservación de los bosques alrededor de la ciudad mediante cooperativas forestales, que ejidatarios chinamperos surtieran de alimentos a la ciudad, recuperar y reforestar los lagos, entre otras. El aprovechamiento por el que se optó llevó a negar el acceso a la naturaleza a las clases populares o a ser usadas como moneda de cambio para evitar tener que recurrir a otras formas de redistribución de la riqueza, como se mencionó anteriormente. La victoria y consecuencias de las visiones verticalistas y tecnocráticas es, sin duda, la gran lección de esta época.
La Ciudad de México, en este sentido, representa un ejemplo clásico de un “arreglo espacial” (spatial fix) a la David Harvey, en donde se expande el espacio urbano para facilitar o liberar de obstáculos a la acumulación capitalista. A la vez que también es un ejemplo de “ruptura metabólica” a la Marx, en donde la interrupción del ciclo de agua por desecación, sobreexplotación y desforestación, ha generado hundimientos, mayor vulnerabilidad a los sismos y requiere importar agua de otras partes fuera del valle. Algo que desde el porfiriato y la posrevolución eran preocupaciones de planificadores como Luis Careaga, Octavio Dubois, Roberto Gayol y Miguel Ángel de Quevedo. La historia reciente de la Ciudad de México también ejemplifica así uno de los cambios ecológicos más drásticos que se hayan registrado en la historia de la humanidad.
Vitz señala que no todo está perdido y que espera un futuro en donde los conocimientos técnicos y urbanos permitan el empoderamiento popular. Pues, como bien señala a través de su investigación, las ideas higienistas, conservacionistas y ecologistas de aplicación vertical han sido usadas como un arma contra la población de menos recursos, para impulsar un mayor control social y reforzamiento del poder, bajo una visión elitista de la ciudad. Pero también han sido las luchas sociales las que han dejado huella en la misma creación del espacio urbano, por lo que las disputas por el derecho a la ciudad seguirán marcando el futuro de la urbe.
[P.D. Este libro debe de ser traducido al español pronto.]
Matthew Viz, A City on a Lake: Urban Political Ecology and the Growth of Mexico City, Duke University Press, 2018, 338 pps.
[Publicado originalmente en Nexos]