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Hospital materno infantil de Cuajimalpa: la tragedia evitable

A
las tragedias civiles sucedidas en México se les suele reducir a errores
humanos, a circunstancias desafortunadas, a destinos inexorables; trucos retóricos
de quienes desean evadir sus responsabilidades, las consecuencias de sus actos.
La explosión que derrumbó el Hospital Infantil Materno de Cuajimalpa y causó tres
muertes (entre ellas las de dos bebés) y decenas de heridos no fue un simple accidente.
Esta tragedia es una más que demuestra fallos severos de quienes deberían asegurar
el bienestar de la población: las autoridades gubernamentales.
La
gasera causante del accidente, Gas Express Nieto, tiene
un historial de accidentes en los últimos siete años
que incluye 668
fugas de gas entre enero y septiembre de 2014 en el DF
y que ha provocado  el fallecimiento de dos personas. Estos antecedentes
debieron bastar para alertar a la Secretaría de Energía (SENER) federal,
encargada de su supervisión directa, y resultar en una inspección total de sus
operaciones para garantizar la seguridad de la población. No obstante, esto solo
sucedió hasta después de la tragedia
. El Gobierno del Distrito Federal
(GDF) también falló al no actuar ante el gran número de fugas de gas que ha reportado
la empresa, sobre todo si se toma en cuenta que esta empresa surte
a instituciones del GDF
que concentran gran cantidad de población: el
sistema hospitalario, los reclusorios y penales, guarderías (CENDIS), e incluso
la planta de asfalto y las instalaciones forenses del GDF. Las advertencias
estaban ahí: era cuestión de tiempo para que una tragedia sucediera.
Podemos
suponer, tal como asegura
la empresa
, que tanto la SENER como Gas Express Nieto realizaron las debidas
inspecciones y que la fuga de gas aun así sucedió. Pero la tragedia sí era
prevenible. El elemento clave es el terreno y el diseño arquitectónico del
hospital, que lo convierten en una trampa mortal. Las instalaciones son en la
práctica un embudo con pendiente: al fondo y en la parte más baja se localizan
las instalaciones principales del hospital mientras que la única entrada y salida
del embudo está en la parte alta, lo que obliga a mezclar los flujos de peatones
con los de los vehículos de emergencia, particulares y de carga. Además, dada
esta situación, el hospital carece de salidas de emergencia que den a la vía
pública, y la existente se dirige al estacionamiento interior, uno que comprende
el estacionamiento de ambulancias, de personal, el punto de protección civil y
el área de carga y descarga de mercancías, incluyendo el gas.
Debido
a este diseño, el abastecimiento de gas suponía dos graves riesgos. Por un
lado, la pipa tenía que entrar en reversa en pendiente, poniendo en peligro la
válvula y la manguera. Por el otro,  debía
colocarse en el punto en que comprometía más la seguridad de las instalaciones
en caso de fuga o explosión: enfrente del edifico principal del hospital, justo
en el punto designado de protección civil en el estacionamiento y bloqueando la
salida de emergencia. Sin duda fue gracias a la pericia del personal que actuó
con presteza para desalojar el hospital que la tragedia no fue mayor. [Aquí
y aquí
se puede apreciar los detalles del diseño y la tragedia que acarreó.]
Este
grave problema en el diseño de las instalaciones es resultado de falta de
planeación, de recursos escatimados, de una débil previsión de riesgos y de
desastres. Un buen diseño hubiera separado el flujo de personas y el de
vehículos de emergencia y mercancías; hubiera atendido tanto la necesidad de una
entrada para las pipas de gas como las normas para su operación: (esa pendiente
no hubiera existido) y habría tomado en cuenta los riesgos de protección civil que
conlleva una pipa de gas LP a la mitad de un hospital, impidiendo utilizar el
estacionamiento como salida de emergencia.
Hemos
visto este tipo de fallos de planeación, operación y supervisión en otras
tragedias en México: el temblor de 1985 (que costó la vida de miles de personas
debido a la falta de previsión en la construcción de edificios), las
inundaciones de Chalco, en el Estado de México, y de Tabasco (donde se
construyó vivienda en zonas de inundación, incluso bajo el auspicio de los
gobiernos estatales y locales) o el incendio de la Guardería ABC, subrogada por
el gobierno, en la que 49 niños perdieron la vida debido a que el lugar carecía
de las medidas mínimas de protección civil. A ello podríamos sumarle la falta
de supervisión de materiales de construcción y de salidas de emergencia que
causó la muerte de 22 personas en el incendio de la discoteca Labohombo, y las
muertes de 12 adolescentes en otra discoteca, el New’s Divine, por un fallido
operativo policial.
Esta
y otras tragedias hubieran sido evitadas si las prioridades del gasto público hubiesen
sido las adecuadas. Pero los diferentes niveles de gobierno han demostrado continuamente
que tienen otras prioridades políticas. Sistemáticamente se escatiman recursos en
planeación, en especial para los sectores más necesitados, y no se supervisan adecuadamente
las obras por incompetencia, negligencia o burda corrupción, menos aún su
operación y sus riesgos. Gobiernos que prefieren gastar millones de pesos en
televisiones, en puentes viales, en estelas de luz, en macro maquetas de la
Ciudad de México, en banquetas de granito importado, en aeropuertos fastuosos,
mientras que lo más esencial para la población, la salud y la protección civil,
es menospreciado.
Las
tragedias se repiten una y otra vez en diferentes escalas, en diferentes
lugares, en diferentes rincones del país, sin que parezca que las diferentes
autoridades aprendan algo al respecto. Y una y otra vez se suele reducir estas
tragedias a accidentes inexorables, a desastres naturales. Nunca hay
responsables. Peor todavía: cuando la cadena de errores, de incompetencia y de
corrupción atraviesa a todos los estamentos institucionales y genera una falla
de Estado, como muestra el horror de Ayotzinapa, las autoridades llaman a
superar y olvidar los hechos.
Cuando
justo es lo contrario: solo analizando y recordando los errores y fallos que
produjeron estas tragedias seremos capaces de superarlas. El olvidarlas o reducirlas
a simples accidentes garantiza que seguirán sucediendo sistemáticamente,
demostrando cada vez las fallas de los distintos niveles de gobierno e incluso del
mismo Estado.
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